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NADIE FUIMOS CREEL Por Víctor Quintana

Hay de masacres a masacres. Todas dolorosas y execrables, todas vividas como tragedia desde los deudos de las y los asesinados, pero muy desiguales en la forma como se procesan desde el poder. En eso contrastan dos abominables matanzas de jóvenes: la de Creel, Chihuahua, el 16 de agosto de 2008 y la de Villas de Salvárcar, en Ciudad Juárez, el 31 de enero de 2010.

Ante esta segunda fue tal la presión de la sociedad civil organizada en Juárez y de la opinión pública nacional, que Calderón y Fernando Gómez Mont, su entonces secretario de gobernación, lanzaron el programa «Todos Somos Juárez», de inversiones en infraestructura social, de programas de seguridad pública, muy cuestionables, por cierto y con pocos resultados, como bien lo atestiguan quien ven y trabajan a Juárez desde abajo. Sin embargo, Calderón se hizo presente varias veces en la vulnerada urbe fronteriza para dar arranque y evaluar la marcha de su tan insuflado programa.

La masacre de Creel es la otra cara de la medalla. A pesar de ser la primera que se dio en el estado de Chihuahua en el marco del calderoniano-baeciano «Operativo Conjunto Chihuahua», su visibilidad, la atención que mereció por parte de los tres órdenes de gobierno es mucho menor a la de Salvárcar. A este poblado enclavado en el corazón de la Sierra Tarahumanara no acudió Calderón a recibir las denuncias y las quejas de las familias afectadas a pesar de que se le invitó especialmente. Ni siquiera el secretario de gobernación o alguien de segundo nivel del gobierno federal. No hubo ni hay ningún programa especial para garantizar la seguridad ciudadana en Creel y en sus alrededores, a pesar de que en marzo de 2010 la población fue tomada durante varias horas por uno de los cárteles, toma incluso filmada por las cámaras de la policía.
Peor todavía a la desatención oficial, hay que sumar  ahora la impunidad de los cómplices de la masacre. Hasta ahora ninguno de los diez supuestos autores materiales han sido detenidos, sólo tres individuos, confesos todos, que les facilitaron los vehículos para escapar conforme lo habían planeado antes de la matanza. Ellos son: Luis Raúl Pérez Alvarado, Sandro Romero Romero y Salvador Villa Cruz. El primero purga ya una condena de 82 años;  el proceso del segundo se ha alargado mucho porque su defensa ha interpuesto amparo tras amparo. Y Salvador Villa Cruz, alias el Villa acaba de ser puesto en libertad a principios de marzo.

La Fiscalía General del Estado acordó, desde el sexenio anterior, como Procuraduría General de Justicia, aplicarle al Villa el «criterio de oportunidad».  Por este recurso, el Ministerio Público llega a un acuerdo con el imputado para prescindir total o parcialmente de la persecución penal en razón de que el imputado proporcionó información útil sobre la participación en el delito de otros imputados. Utilidad que habrá que cuestionar pues de todas maneras los autores materiales de la masacre huyeron. No sólo eso, se libera al Villa de la obligación de reparar el daño a los deudos de las víctimas de la matanza, pues los cerca de 460 mil pesos que se pagaron por el funeral de las 13 personas y las consultas psicológicas para proporcionar terapia a sus familiares, que pagó en su  momento la procuraduría, se «abonan» a favor del Villa. Con esto, la garantía de reparación del daño a las víctimas prácticamente no se cumple o se cumple una mínima parte. Imagine usted: el daño de asesinar a 12 jóvenes y adultos y un bebé se repara con tan sólo 460 mil pesos: poco más de 15 mil pesos por persona ultimada. Hay que aclarar que, tanto los gastos funerarios como las terapias, no sólo constituyen el mínimo de reparación del daño a que tienen derecho las víctimas, también fueron una expresa y formal del gobierno del estado en su tiempo.

En eso está desembocando el caso de la masacre de Creel. En la invisibilización del horrible y doloroso hecho; en el menosprecio a las víctimas; en el apoyo del Estado a los cómplices; en la impunidad total a los autores del homicidio múltiple. Ninguna acción para reparar el daño a la comunidad; ningún programa especial para recomponer el tejido social de Creel. Nada. Nadie fuimos Creel.

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Abrazar al niño interior. Por Itali Heide

Itali Heide

A lo largo de nuestra vida, se nos pide que nos desprendamos de muchas cosas. Primero, dejamos atrás nuestra infancia. Los amigos que creíamos que aguantarían el paso del tiempo toman caminos que se alejan de los nuestros. Los sueños que nos llenaban de alegría son sustituidos por las realidades con las que nos sacude la edad adulta. Los momentos emocionantes ya no son para tanto, los instantes tristes se sienten mucho más permanentes, y los fugaces momentos de belleza que nos regalaron nuestros primeros años de vida se ven arrebatados y sustituidos por la rutina que este mundo ha decidido es la forma de vida correcta.

Cuando llegamos a la edad adulta, hemos derramado tanto de nuestra copa que la idea de que esté tan llena como cuando recogimos una flor y la apretamos contra nuestra nariz con la agilidad de un niño pequeño y torpe, sin una preocupación en el mundo, parece imposible. ¿Es demasiado tarde para volver a ese sentimiento? La respuesta corta y difícil de admitir es que sí. La infancia es tan mágica que es imposible de recrear. La respuesta larga, sin embargo, trae esperanza. No podemos volver a ser niños, pero podemos despertar a nuestro niño interior, tenerlo cerca y complacer sus deseos y anhelos.

¿Qué pasa con los niños a los que se les arrebató la infancia sin su consentimiento, sustituyéndola por un sinfín de condiciones que les obligaron a sustituir la magia por la preocupación? Nunca recuperarán ese tiempo, obligados a vivir sus vidas sin el conocimiento que sólo una infancia inocente y pura puede permitirles tener. Aquí es donde el niño interior es más difícil de acceder, porque permanece oculto. Mirando hacia lo más profundo del alma, se encuentra encogido tras un muro de traumas, abusos y negligencias. Ni siquiera ellos saben cómo ser niños, porque tuvieron que saber cómo sobrevivir a la infancia en lugar de solo disfrutar de cada momento.

Todos los niños tienen heridas en el alma, no nos engañemos. Algunos más que otros, pero todos viven en un espectro de sanación que debe ser enfrentado algún día. Algunos niños fueron acosados en la escuela, lo que les lleva a un sentimiento persistente de inseguridad que les atormenta durante años. Algunos vieron a sus padres sufrir en un matrimonio que hizo más daño que bien, haciendo del compromiso una decisión difícil de asumir. Muchos (muchos, demasiados, tantos) sufrieron abusos emocionales, físicos y sexuales, lo que hace que la relación que mantienen consigo mismos y con otras personas sea difícil de llevar a cabo de forma saludable. Hay muchas formas en que los niños pueden cargar su dolor hasta la edad adulta, y muchos de nosotros todavía nos negamos a afrontar la realidad de lo que ese dolor ha hecho en nuestras vidas.

¿Cómo podemos aceptar una infancia perdida, una infancia rota, una infancia olvidada? Volviendo a visitarla. Puede parecer una tontería, pero podemos hablar con nuestro yo más joven en cualquier momento, preguntarle cómo se siente, consolarlo en sus momentos de dolor, hacerlo sentir seguro y amarlo incondicionalmente. Yo lo hago todo el tiempo, literalmente. A veces hablo con mi yo de 7 años y lloramos juntas. Le toco la mejilla (mi mejilla), le acaricio el cabello (mi cabello), escucho sus pensamientos (mis pensamientos) y la abrazo fuerte (abrazándome fuerte a mí misma). Ella es una parte de mí tanto como lo fue siempre, y mantener el contacto con ella y sanar los puntos que le dolían y que no entendía ayudan a sanar mi yo actual.

Así que sí, debemos desprendernos de muchas cosas a medida que crecemos. Nos desplazamos, cambiamos y evolucionamos, ya que el cambio se convierte en la única constante en la que podemos confiar para que nunca se vaya de nuestro lado. Una cosa que no se puede cambiar, es el pasado. Nos perseguirá para siempre o nos enseñará, dependiendo de lo que decidamos hacer con él. A medida que la infancia evoluciona hacia la edad adulta, no nos olvidemos de conservar la parte de nosotros mismos que sigue conservando la curiosidad, que contempla las maravillas del mundo, que salta por los charcos después de la lluvia y recoge las piedras que brillan en el sol, que se ríe de los chistes tontos y que toca todas las hojas verdes y flores coloridas que encuentra. El niño interior no sólo está dentro de nosotros, también es quien somos.

Usuario: Caleb Ordoñez 

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El dulce grito de la democracia. Por Caleb Ordoñez T.

“¡¿Por qué no te callas?!”, exclamaba el rey, con una visible desesperación. Todos quedaron absortos. La intacta diplomacia que por años había caracterizado al monarca Juan Carlos de España había quedado a un lado, ante las insistentes interrupciones que hacía el presidente venezolano, Hugo Chávez.

Caleb Ordóñez T.

Caleb Ordóñez T.

Aquel 10 de noviembre de 2007 quedaría grabado en la memoria colectiva, la caldeada Cumbre Iberoamericana realizada en Santiago de Chile. Aquella conferencia había estado llena de fuertes discusiones, lideradas en su mayoría por Chávez. Durante un par de intervenciones había llamado “fascista” al expresidente español José María Aznar, repetía una y otra vez, que había apoyado el golpe de 2002 que había intentado derrocarlo.

Había llegado ese momento de la clausura, cuando luego de los trabajos y conclusiones, todo debía ser dulzura, paz y abrazos. Pero no eran los planes del venezolano, quien seguía airado contra la llamada “madre patria”.

El entonces presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero dijo a Chávez que como representantes de gobiernos democráticos había que hablar con respeto de aquellos mandatarios elegidos por el pueblo aunque estén «en las antípodas». Y entonces la bronca comenzó.

Chávez lo interrumpió varias veces: «Dígale eso mismo a él, que me respete». «Un momentín…», refutó Zapatero a su amigo sudamericano. En ese momento el Rey, enojado, miró a Chávez que estaba cinco asientos a su izquierda, y le gritó el famosísimo: «¡¿Por qué no te callas?!» y solamente, se levantó y se fue.

Pero no sería todo. Las discusiones entre los mandatarios se extendió hasta la madrugada.

Al finalizar, la entonces presidenta de Chile y anfitriona de la cumbre, Michelle Bachelet, cerraba con su discurso y sonriendo declaraba estar feliz por el resultado del evento pues “finalmente algo pasaba en las cumbres”. Lo que desataría las risas de los presentes, incluso la del mismo Hugo Chávez.

Aunque este suceso ocurrió hace 24 años (algunos de los que leen esto ni siquiera habían nacido), es en cierta manera parecido al pasado evento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) ocurrido en la Ciudad de México, el pasado 18 de septiembre…

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