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LOS TRES MEXICOS ANTE LAS ELECCIONES POR VICTOR M. QUINTANA SILVEIRA

LOS TRES MEXICOS ANTE LAS ELECCIONES.

Por: Víctor M. Quintana S.

 

Explosiones, inercias y esperanzas. Esas  tres palabras resumen lo que arrojó el proceso electoral que culminó el domingo pasado. Un modelo comicial y un modelo de representatividad que se está colapsando, ante el cual la nación reacciona con tres respuestas muy diferentes, que revelan los tres méxicos que coexistimos en este territorio.

 

Agoniza el proceso electoral más costoso de la historia. Los contribuyentes hemos pagado por él 21 mil millones de pesos. Y sin embargo, sigue marcado por la inequidad y por la impunidad. Impunidad en el manejo de los recursos públicos para financiar las campañas electorales. Impunidad del Partido Verde a pesar de haber violado la ley electoral un día sí y otro también,  con la complacencia de las autoridades electorales y el respaldo del duopolio televisivo. El hecho de que las autoridades, el Instituto Nacional de Elecciones y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación  no hayan podido ni querido poner fin a estas prácticas fraudulentas que despojan de equidad y certidumbre  a los comicios es señal inequívoca que el sistema electoral de México, el  más costoso del mundo,  está ya agotado.

 

Aun así, los comicios sirvieron de ocasión para que se manifestaran con claridad los tres méxicos que se disputan el país que habitamos:

 

El México de las inercias:

Es el que, de buen grado, o acarreado, o comprado, o amenazado, hizo que  Peña Nieto, el PRI y sus aliados sigan  controlando la Cámara de Diputados, ganaran o recuperaran cinco gubernaturas, se llevaran “carro completo” en varios estados y carro completo “abollado” en otros, como Chihuahua. Es el que, pese a los enormes costos para la Nación y para el Pueblo, va a proseguir las “reformas estructurales” que han entregado los hidrocarburos, el territorio y las telecomunicaciones a las empresas trasnacionales y a los oligopolios nacionales. El que continuará una política económica que, a pesar de las promesas de Peña Nieto, no ha logrado reactivar ni el empleo ni el ingreso. El que va a insistirá  también la guerra contra el crimen organizado iniciada desde la presidencia de Felipe Calderón, con su horrorosa cauda de muertes, de sangre y de desapariciones. Es el México de la inercia de privilegios y exclusión. El que consagra la inercia de la corrupción porque es impulsada por la inercia de la impunidad.

Este México se asienta ahí donde hay más atraso económico y social. Donde los ingresos de las personas son menores y dependen más del empleo generado por el gobierno. O de las dádivas de dicho gobierno, como los “prosperas”, los planes de intervención social oficialistas, etc.

 

En Chihuahua se vio claro: el PRI y sus aliados consiguieron más votos donde hay más pobreza, menos escolaridad, más vulnerabilidad y exclusión social.  Con excepción del distrito 6, aquellos donde hubo menos abstencionismo y más votos tricolores fueron los distritos 5, 7 y 9, con  amplia zona rural.

 

El México de las explosiones:

El proceso electoral que está culminando se distinguió también por muy diversas expresiones de violencia, En los estados de Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Michoacán hay una insurgencia social que cuestionó las elecciones e incluso buscó boicotearlas. Los múltiples agravios, como la desaparición de los 43 de Ayotzinapa, la represión a los maestros, la colusión de gobiernos y partidos con el crimen organizado, la persistencia de la extrema pobreza estas que son las  entidades de más alta marginalidad del país, activaron un cúmulo de manifestaciones violentas, que llegaron incluso al incendio de varias sedes partidarias y la destrucción de papelería electoral. Sólo la militarización de esos estados, el virtual estado de sitio en los mismos hizo posible la celebración de los comicios. Pero la violencia no sólo afectó a estas entidades: a lo largo de todas las campañas fueron asesinadas en todo el país  21  personas ligadas a los procesos electorales: pre candidatos, candidatos, coordinadores de campaña, activistas.

Además, hay entidades donde el control territorial del crimen organizado tornó imposible que ciertos partidos realizaran campañas en algunos municipios o que siquiera fueran visitados por los candidatos. Es el caso de Tamaulipas, y  Jalisco,  también de Chihuahua.

 

El México de las esperanzas:

El fenómeno de las candidaturas independientes es, junto con el ascenso del MORENA,  es la noticia de estos comicios. Por primera vez fue posible que se presentaran formalmente candidatos independientes, reconocidos por los organismos electorales. Aunque sólo tres obtuvieron el triunfo: Jaime Rodríguez, “El Bronco”, en la  gubernatura de Nuevo León, Manuel Clouthier Jr., a una diputación en Sinaloa, y la agradable sorpresa del joven Pedro Kumamoto a otra diputación en Jalisco.  Además, la candidatura de Enrique Alfaro, aunque apoyada por el Movimiento Ciudadano constituye una expresión ciudadana masiva e independiente en ese estado, que  hizo ganar la alcaldía de Guadalajara y otros ayuntamientos y diputaciones. Con  movimientos como éste, la vía se abre para que el electorado, harto de la partidocracia,  busque nuevas opciones que no vengan a engordar a la ya muy obesa y arrogante clase política.

 

Es precisamente por esto que llama la atención el ascenso del MORENA. A pesar de haber realizado campañas muy austeras, con un mínimo de gasto por voto logrado, se colocó como la principal fuerza política en la Capital de la República y consolidó una fuerte presencia en más de la mitad de los estados, incluido Chihuahua.

 

Por cierto, en nuestro estado también despuntó, aunque débil, este México de las esperanzas. Por la ausencia de las urnas de un 68% del electorado, que hace de Chihuahua el segundo más abstencionista de la República, el PRI habrá ganado 8 de 9 diputaciones pero sólo votó por él un 10% del padrón electoral. Así se han encogido la legitimidad y el respaldo al gobierno de César Duarte. Hay espacios, como el de la ciudad de Chihuahua, donde el voto del PAN en los dos distritos supera al del tricolor. Y en Ciudad Juárez, MORENA obtiene un porcentaje de la votación superior a su media nacional.

 

Por esto el proceso electoral que se acaba de vivir en este país lo que más revela es los varios méxicos que en él se expresan: el México de las inercias, de la transición democrática atorada, de la apatía ciudadana. El México que rompe con ellas y se expresa a través de candidaturas independientes u opciones como MORENA o partidos “tomados” por la participación ciudadana. Y el  México donde la violencia institucional y la violencia criminal, casi siempre coludidas, no le dejan al pueblo otro camino más que la violencia de respuesta.

 

La gran interrogante es, ¿cuál de estos méxicos va a predominar en las elecciones presidenciales de 2018?

 

 

 

 

 

 

 

 

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¿México lindo y querido? Por Itali Heide

Itali Heide

Estoy orgullosa de muchas cosas que han salido de mi país. Me alegra decir «soy mexicana» en cualquier otro lado porque siempre hace sonreír a alguien e invoca una fiesta. Estoy orgullosa del pozole y de las enchiladas. Me siento feliz al ver las calles coloridas y las sonrisas amables dibujadas en los rostros de la gente en cada pueblo del país. Me siento orgullosa de muchas cosas, pero dentro de la suerte que siento por haber nacido en México, también estoy tremendamente triste por lo que el país ha crecido en su ser profundo.

Me da miedo ir caminando y encontrar un cuerpo con huellas de violencia tirado en medio de la calle. Me aterran los silbidos y comentarios inapropiados que nos persiguen a mí y a otras mujeres a donde sea que vamos. Me entristece la pobreza fomentada por cuestiones sistémicas que la política se niega a reconocer. Odio ver cómo el racismo y el clasismo viven cada día a través de nosotros. Odio ver cómo la corrupción, la violencia, el crimen y la envidia se apoderan del amor, la calidez, el impulso y el talento que vive en el corazón de la mayoría de los mexicanos.

Por mucho que ame a mi país, también soy capaz de encontrarle defectos. A veces, quiero empacar mis maletas y largarme de aquí, pero si eso es posible o no, ni siquiera es la cuestión. Tal vez no debería de considerar la posibilidad de irme, sino considerar formar parte de las olas de cambio que podrían crear una corriente de desarrollo a largo plazo en un océano de potencial sin explorar. Es un riesgo, por supuesto, como quizá advertirían muchas personas encontradas en bolsas de basura que no han vivido para contarlo. Pero alguien tiene que hacerlo.

¿Cómo es posible que un lugar con tantos paisajes naturales hermosos, culturas indígenas preservadas, una gastronomía maravillosa, ciudades en expansión, economías en crecimiento, comunidades prósperas y escenas artísticas en auge esté plagado de amenazas ecológicas, racismo, hipercapitalismo, pobreza cada vez mayor y clasismo sistémico? Parece un oxímoron social, pero la verdad es que México es un país profundamente problemático porque nosotros lo hemos hecho así.

Permitimos que los programas de televisión que muestran a las mujeres como objetos sexuales llenen nuestras mentes, descuidamos la educación para llenar los bolsillos de nuestros políticos con dinero extra, ignoramos a quienes creemos que están por debajo de nosotros para promover nuestras propias necesidades egoístas, dejamos que la tierra se disipe lentamente para satisfacer nuestros deseos inmediatos, adoramos el suelo que personajes cuestionables ponen ante nosotros y tomamos decisiones que alejan al país de ser lo que podría ser, todo en nombre del «progreso».

Somos egoístas y corruptos, por decirlo en términos sencillos. Podemos celebrar las muchas cosas que amamos de nuestro país, pero no olvidemos las miles de cosas en las que debemos trabajar para que México sea realmente amado. Al final del día, no tenemos a nadie más que a nosotros mismos, las personas con el poder de cambiar las cosas, para culpar de lo que ha sucedido a todos los que no tienen más remedio que seguir el camino por el que México camina.

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¿Qué tan mexicanos somos? Por Caleb Ordóñez T.

La gente se agolpaba, entre gritos de “¡Viva México!” y alargando sus brazos para pasar a la distancia más cercana de “la gran campana”, miles y miles de personas disfrutaban de la fiesta más mexicana del año. Un día tan especial que nos recuerda los valores patrios que han marcado nuestra mente desde la infancia. Entre esa amalgama, se agolpan los recuerdos que recorren nuestras fibras más internas de las entrañas.

Los lunes de cantar el Himno Nacional y saludar a la bandera; los momentos cuando en voz alta declamábamos el juramento a esa insignia nacional: “Bandera de México, legado de nuestros héroes, símbolo de la unidad de nuestros padres y de nuestros hermanos, te prometemos ser siempre fieles a los principios de libertad y de justicia que hacen de nuestra patria, una nación independiente, humana y generosa a la que entregamos nuestra existencia». Seguido del llamado: «¡Firmes, ya!», instrucción de alguien con autoridad que gritaba para culminar la tradición que viene desde el “saludo romano”.

Por Caleb Ordóñez T.

 

Cada año, el 15 de septiembre se convierte en un momento que nos enfrenta a nuestra mexicanidad.

José Alfredo Jiménez, el poeta del pueblo, lo relataba con un cántico lleno de orgullo: “Viva México completo, nuestro México repleto de belleza sin igual. De esta tierra que escogió para visitarla la virgen del Tepeyac”.

Ser mexicano es para la mayoría, un honor. A pesar de nuestras diferencias, es común que un mexicano se abrace con otro cuando la Selección Mexicana le atesta un gol a la poderosísima selección de Alemania en un Mundial de futbol, como sucedió en Moscú, en el 2018.

Pero el 15 de septiembre es una fecha sin igual. El pozole se prepara a lo lago y ancho del país, recordándonos nuestros colores, olores y sabores. El mariachi tendrá que resonar llegando a hacer un eco imposible de detener; nos recuerda las raíces, los sones y los cantos que nos han dado identidad alrededor del mundo. ¡Qué alegre es la noche que recordamos nuestra independencia!

¿Qué tan orgullosos estamos?

Pregunté en un grupo de Whatsapp, con queridos amigos. Esos grupos donde comúnmente se habla de todo lo que sucede día a día: “¿Ustedes se sienten igual, más o menos mexicanos que cuando eran niños?”. De pronto, reinó un silencio, que estoy seguro, hacía reflexionar a quienes leyeron la incómoda (o también poco interesante) pregunta.

Uno de los participantes del grupo contestó algo que llamó mi atención poderosamente: “Igual de mexicano, pero menos orgulloso de México”.

«¿Por qué estás menos orgulloso de México?», le pregunté, tratando de explicarme esa dualidad entre sentirse orgullosamente mexicano, pero decepcionado de su país. La respuesta que me daba Andrés fue potente: “Porque ya vimos que sea quien sea (gobierno), la corrupción está muy arraigada. Casi nadie respeta las reglas. Ya no hay civismo…”, siguió escribiendo una serie de sucesos que vivimos, incluso en el equipo de futbol al que pertenecemos.

Recuerdo haber platicado alguna vez de este tema con el mundialmente conocido escultor Enrique Carbajal, mejor conocido como “Sebastián” (a quien tengo el honor de llamar amigo). En esa ocasión, el gran artista nos mostraba su preocupación por que el sentido de la “mexicanidad” se iba diluyendo de manera significativa. La pequeña mesa que escuchábamos al maestro coincidimos en que las nuevas generaciones han sufrido la idea clara de la importancia de ser mexicanos, con toda la extensión de la palabra.

Sebastián, siempre ecuánime, nos explicó sobre la obra que “levantó” en Ciudad Juárez, Chihuahua, la cual fue llamada “La equis”. “Se trata de retomar el mestizaje, el crisol entre la cultura española y mexicana. Se trata de un color que ha marcado nuestra tierra, el rojo, de sangre y batallas cruentas. Se trata de recordar que una “X” es el símbolo de la diferenciación del lenguaje de los conquistadores que se aferraban con la “J” en medio de la palabra de nuestro país”.

Nunca olvidaré esa extensa y apasionada explicación de su obra. Sus ojos mostraban el furor que tenía al hablar de retomar nuestros principios y luchar por ellos. No habló de partidos políticos, gobiernos o divisiones sociales. Sino de volver a esa idea que de niños nos forjaron, a ese momento que definió nuestro civismo y la defensa de nuestros valores patrios.

Este día por la noche, el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador dará su tercer “Grito de Independencia”. Lo hará frente a la plaza que le ha dado mayores triunfos y recuerdos de alegría: El Zócalo de la Ciudad de México. Paradójicamente, una vez más, tendrá que ser con un aforo muy limitado, muy lejano a los cientos de miles que durante años han coreado su nombre y lo han exaltado a fin de que llegara al puesto que hoy ostenta.

Llegamos a un 15 de septiembre con una pandemia que nos sigue amenazando y que a muchos nos ha dejado fuertes secuelas de salud, tristeza y duelo. Llegamos sobreviviendo a dificultades económicas, psicológicas y otros flagelos.

En una polarización infinita, una ardua pelea entre bandos que teniendo exigencias justas, llegan a la ofensa y el linchamiento entre unos y otros.

Pero México sigue estando de pie. Un país resiliente, que se ha levantado de las desgracias más complejas y dolorosas.

Ser mexicano va más allá de nuestras torpezas o errores, de nuestro ingenio y humor. Tiene que ver con principios básicos que aunque muchos olvidamos, podemos volver a ellos. Finalmente, el amor en conjunto hacia el país, será el que restaure a una nación que se crece en medio de la sangre, la violencia y el dolor.

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